Las heridas pequeñas son comunes en nuestro día a día, pero hubo una vez en que protegerlas de una infección era tarea difícil.

Como todo el mundo, Josephine Knight Dickson se hacía a menudo heridas en su día a día, especialmente, mientras cocinaba. Corría la década de 1920, Knight era estadounidense. Y como tantas entonces, incluso en el país del idilio, su oficio quedaba restringido a cumplir con la imagen del ama de casa.

Mientras tanto, su marido, con el que se había casado en 1917, trabajaba en el departamento de ventas de la multinacional farmacéutica Johnson & Johnson y, precisamente, se ocupaba de la fabricación de gasas y esparadrapos.

En aquella casa no faltaban, pues, remedios para pequeños rasguños, cortes o cualquier herida. Sin embargo, a veces tenían que apañárselas incluso con los productos de última generación que Earle Dickson llevaba: las gasas dificultaban los movimientos y era fácil que se cayeran rápido. Pero, ¿y si colocaban un pequeño trozo de gasa en bajo el esparadrapo? La cosa cambiaba mucho.

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Foto: Caja de apósitos de Johnson & Johnson / iStock.