El ácido hialurónico se presenta como un remedio milagroso contra el envejecimiento, pero ¿por qué es tan deseado? ¿Funciona realmente? ¿Qué otros usos podemos darle? ¡Descúbralo a continuación!
El ácido hialurónico es, posiblemente, uno de los pocos ácidos que nos gustaría echarnos a la cara. Su estructura poco tiene que ver con la de otros ácidos famosos, como el clorhídrico. Para imaginárnoslo, el ácido hialurónico sería como una esponja de baño cortada en forma de tallarines, aunque a escala molecular. En este sentido, posee una gran afinidad por el agua, propiedad conocida como hidrofilia, y es capaz de absorberla y dejarla retenida. Es así como el ácido hialurónico que tenemos en las capas más internas de la piel aporta volumen y turgencia a nuestras facciones, por la presión que genera dicha agua.
¡Pero, ojo! Hay que tener en cuenta que la piel es la primera barrera de protección que tenemos contra el exterior y se podría comparar con un escurridor de pasta. Los “tallarines” de hialurónico son demasiado grandes y enmarañados como para atravesar los pequeños poros de “nuestro escurridor natural”. Por tanto, el ácido hialurónico de la mayoría de las cremas antiedad quedará en la superficie, donde aportará hidratación y suavidad, pero no turgencia, para lo cual serían necesarias inyecciones o añadirlo en forma de partículas lo suficientemente pequeñas como para atravesar dichos poros, distinguiendo nanopartículas hechas de este compuesto, las que lo llevan en su superficie y las que lo encapsulan en su interior.
Amplía la información en este enlace al artículo de Daniel Fernández-Villa en The Conversation.
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