La infame y controvertida figura de Andrew Wakefield, cuyo estudio fraudulento impulsó el movimiento antivacunas a nivel global, ejemplifica todo aquello que un científico no debería ser.
Hace 25 años, un 28 de febrero de 1998, un estudio publicado en una de las revistas científicas del campo de la medicina más prestigiosas del mundo, The Lancet, sembró la semilla de la que posiblemente es la controversia científica y el bulo más pernicioso a los que hemos tenido que hacer frente durante el siglo XXI.
Como una pequeña bola de nieve lanzada desde lo alto de una montaña, el artículo, titulado Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children, pronto se convertiría en una avalancha de consecuencias terribles, estableciendo la base para una nueva oleada de animadversión hacia la vacunación con consecuencias cada vez más evidentes, como el resurgimiento de enfermedades casi erradicadas.
En el centro de esta tormenta se encontraba el médico británico y autor principal del artículo, Andrew Wakefield, una figura controvertida y polarizadora cuyas acciones y afirmaciones, basadas en un fraude, lo han posicionado, no obstante, como una figura emblemática del movimiento antivacunas.
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